AGUA PARA LAVARNOS LAS MANOS
A las siete de la noche en aquella casita campesina rezaron el Rosario, sentados en
burdos troncos de madera.
Ya el viejo se había fumado en silencio su tabaco, y la señora
con su hija mayor había lavado los platos de barro...
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AGUA PARA LAVARNOS LAS MANOS
A las siete de la noche en aquella casita campesina rezaron el Rosario, sentados en
burdos troncos de madera.
Ya el viejo se había fumado en silencio su tabaco, y la señora
con su hija mayor había lavado los platos de barro cocido.
Eran ocho por todos: los dos "viejos" y ¡seis hijos! Cuatro muchachos y dos "señoritas".
Mientras rezaban, llegaba de vez en cuando desde el bosque el canto triste de un pájaro
nocturno.
Al frente de la casita se extendía el maizal y más allá, el cafetal sombrío y
resonante.
Después de la plegaria, el padre de familia dijo con voz opaca, llena de presentimiento:
"Recemos ahora a Nuestra Señora del Carmen para que nos proteja esta noche".
Y
rezaron tres Avemarías.
- ¡Recemos también por la bendita alma del difunto Misael, a quien mataron anoche!
Padre nuestro.
.
.
Y luego entraron en la alcoba y se acostaron en sus humildes lechos de cuero crudo,
después de haber trancado muy bien la puerta y de haber soltado los perros, q
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